Capítulo 1.
Día 8 de Noviembre,
1810. En los campos de Londres.
Empieza a congelarse
el aire, noto que el manto del invierno se está asentando. La cocina emana un calor
familiar, el olor a dulces llega hasta los pisos de arriba. Hoy mi madre y las criadas
están haciendo una tarta de manzana. Mis hermanas se reúnen con ellas para cotillear
y preparar la masa. Yo prefiero refugiarme en las lecturas y las cartas que me envía
mi amiga Alice. Ella es una persona que mira la vida de forma distinta y últimamente
me envía unos relatos muy extraños de un mundo que parece fantástico. Sus cartas
escritas con pluma me llevan a viajes que me permiten escapar de esta casa.
La ventana de mi habitación
da al jardín trasero, allí planto flores silvestres, moradas y azules, decoro el
mundo con colores suaves y aromas embriagadores. Las vistas son agradables pero
el cristal de la ventana que nos separa la siento tan gruesa, que me impide incluso
respirar.
Cojo del armario mi
vestido blanco y mi abrigo. El vestido, de corte debajo del pecho y caído hasta
tapar los tobillos, dejaban una silueta limpia y pura. Me recojo el pelo y me retoco
en el tocador viejo de mi abuela. Es un tocador simple pero que para mí es un tesoro.
Blanca madera que ha visto a generaciones de mujeres bellísimas prepararse para
darle un toque de dulzura a la vida.
Bajo las escaleras con
cuidado, no quiero levantar sospechas de mi pequeña huida.
Recorro el largo pasillo
entre las escaleras del bajo piso hasta las puertas del jardín trasero mientras
reviso las habitaciones recargadas de mobiliario inútil y extravagante.
Por fin salí al exterior.
El aire que congela la cara, me calienta el alma. La fina luz del sol se oculta
tras un cielo nublado, aun así siento que me ilumina más que de costumbre.
Piso el césped de rocío
y me acerco a mis queridas flores.
<<Estáis a salvo...>> - pensé.
Eran preciosas, con
esas gotas de brillantes diamantes de lágrimas de cielo parecían pequeñas princesas.
Todas ellas me devolvieron la sonrisa. El aroma a jazmín me envolvía, deseaba tocar
el aire y besar el cielo. Seres que me crean emociones así solo merecen ser alabados.
- “Diana, Madre dice
que vengas y nos ayudes. No tardes” – dijo Annie.
Me levanté de mi adicto
sueño y fui detrás de mi hermana.
Pese a ser más pequeña
que yo, he de reconocer que tiene un carácter muy fuerte.
Entramos en la cocina
y vi a todas muy energéticas. Madre, con una sonrisa que parecía pintada por un
niño pequeño que no interpreta bien las emociones, me indicó que cogiera varias
bandejas y las llevase al salón donde hacemos celebraciones.
-“Pero antes quítate
ese abrigo horroroso y viejo. Luego prepárate para la visita de la familia Frockley.
¡Hoy será un gran día, un gran día!”- dijo Madre con un gran entusiasmo.
-“¡Madre no sabe que
nerviosa estoy!, puede que por fin consigamos alguna de nosotras la gran titulación
que nos merecemos en esta familia. Es más, diría que puede que más de una consigamos
un estatus digno de nuestro apellido hoy.”- comentó Roxane, mirando con una gran
sonrisa de conspiración a toda la sala, menos a mí, que me lanzó una mirada de desprecio.
Ella sabe que no me gusta este tipo de mercado que se crea en la sociedad, y espera
que no rompa el encantamiento esa tarde con algún comentario inoportuno, prácticamente
prefería que no hablara, taparme la boca pero no la conciencia.
-“No te preocupes Roxane,
tengo un gran repertorio de temas muy interesantes con los que discutir con el Sr.
Pitt” – dije en respuesta a su ataque visual.
He de decir que el Sr.
Pitt es uno de los hijos de Frockley, de los pocos que gustosamente me responde
o incluso se interesa en entablar una conversación digna de mi atención.
-“ Espero que te comportes
como una dama y no manches nuestro nombre, sonríe y no hables querida. Aprende de
tus hermanas y puede que no tenga que llevarte a ese convento del que tanto me hablan
y aconsejan mis hermanas .“ – Madre hablaba en serio. Se notaba por cómo sonreía,
como si se le desencajase la mandíbula, y cómo apoyaba con un fuerte ruido seco
los platos de porcelana y la enorme tarta.
Decidí no aguantar más
a esas gallinitas en busca de granos de maíz y subí de nuevo a mi habitación.
Me senté en la silla.
Cogí papel y tinta ya que decidí distraerme mandándole una carta a mi querida Alice.
Mi gran amiga Alice:
Como cada mañana en la que la suerte me levanta
con una llamada y una carta a tu nombre, te leí en el día de hoy. Siempre espero
ansiosa tu carta de cada semana pero estos últimos 15 días aún más. Me hablas de
un mundo impresionante. Tus relatos me envuelven y me invitan, como si fuera un
extraño en capa que tapa su rostro para no ser visto, igual que los comerciantes
de las dunas de Egipto, a hacer un viaje a sitios inimaginables. Realmente me tienes
inquieta y espero que continúes relatándome la historia de esa apasionante aventura
que viviste. Al mismo tiempo, te he de confesar querida mía, que te envidio. Espero
algún día recorrer con mis pies las mismas tierras en las que florece tanta magia
como para convertir tu mundo en la locura misma. Debe de ser sobrecogedor que todo
aquello que conoces y sabes se deshaga y transforme en otro distinto. Las reglas,
las normas, la sociedad, la emoción, el sentimiento.. todo ello eliminado o transformado,
o quizás no controlado. Ansío la respuesta y la continuación de tu relato.
Te tiene en gran estima, siempre. Diana Livingstone.
