Madre estaba nerviosa y no hacía más que repasarlo todo: el brillo de las copas, la rigidez de la mesa de roble, que la alfombra de la bisabuela esté sin ninguna mancha, que mi vestido caiga suavemente, incluso examinaba mi sonrisa y mi mirada:
-" Como se nota de quién eres hija. "- me dijo en tono despectivo - "No hay forma de quitarte esa mirada penetrante y acusadora."
- " Yo no acuso a nadie Madre, sólo es que todo este circo me parece ridículo. " - le respondí, evitando mirarla.
- " ¿Ridículo?, ¿ Sabes lo que cuesta mantenernos ? "- por cada palabra daba un tirón con el peine a mi cabello y sentía la pesadez de sus palabras - " Desde que tu padre murió, sólo nos ha dejado quehaceres y dolores de cabeza."
Sabía que me estaba mirando por el reflejo del tocador, sentía su mirada inyectando ira y venganza en mi pecho.
Me sentí forzada a responderle, era como si me insultasen a mí, había algo que me movía a colocar su memoria en donde merece:
- " Padre fue un gran hombre, nos dio todo lo que tenía y murió como un héroe. "
Permanecimos en silencio un rato. Nuestras respiraciones luchaban por una bocanada de aire, pero solo sentíamos angustia.
- " Como un cobarde " - dijo finalmente - " no tuvo corazón, nos dejó solas, sin nadie que nos cuide. Quien me diría a mí que acabaría contando el dinero cada mes para que no pasemos hambre, ni nos clasifiquen de plebeyos"
Supe que no debía seguir discutiendo, era inútil. En las pupilas de mi madre ya no había una joven enamorada, sólo una mujer cansada, con excusas y sin fuerza.
De repente apareció un brillo en sus ojos:
- " Prepárate bien, no tenemos muchas oportunidades y cada momento, como esta noche, es decisivo. "
Me sonrió falsamente y se fue con la mirada perdida en algún agujero profundo de su mente.
Me recogí el moño y me pellizqué las mejillas, aunque después de la acalorada discusión, no me hacía mucha falta.
Y así pues, en el espejo se pintaba unas mejillas sonrosadas, ruborizadas diría mi madre; labios cereza, que reflejaban la madurez y la inocencia a su vez, por no haber sido besados nunca; ojos verde oliva que emanaban una fuerza que me permitía conseguir que muchos caballeros y damas apartasen la vista; pelo castaño suave y sedoso, cuidado con sus cien movimientos de cepillo; y piel pálida, de una vida hogareña. No tenía más que ofrecerles a la familia Frockley, pero para el resto de la mía sí que tenía algo: el resto de mi vida y nuestro linaje.
Estaban dispuestas a lo que sea por casarse, incluso Annie, que a sus dieciséis años, estaba casi lista para su presentación en sociedad y que por supuesto, Madre iba a aprovechar esa noche como excusa para ello. Todas ellas estaban preparándose, todas menos yo.
Reconozco que soy una mujer poco común. Me gusta pederme en libros, ver mapas de lugares lejanos, deleitarme con mis flores, hablar de política, de ciencia e incluso en determinados momentos, hasta pinto secretamente. Sé que mi verdadero Yo estaba guardado y que no era momento de que saliese, hasta que la vida me dejase caer en el camino que abriese mi alma e inundase mi ser, lleno de sabiduría y experiencia, formándome como persona, como quien grito ser: Diana Livingstone.